El Viejo Continente apuesta por la energía verde como tabla de salvación para la creación de empleo y espera alcanzar las cero emisiones contaminantes en 2050.
De toda crisis surgen oportunidades. Si bien aún es pronto para saber qué consecuencias tendrá la pandemia de la COVID-19, sobre todo a nivel económico a largo plazo, lo que sí parece claro es que la producción de energía verde se vislumbra ya como una de las grandes apuestas de futuro. De hecho, Europa ve en ella una de sus tablas de salvación para la creación de empleo. Y se ha puesto una fecha límite: 2050 será el año de la transición energética y del fin de las emisiones contaminantes.
El Viejo Continente busca posicionarse así a la cabeza mundial de la lucha contra el cambio climático. Quiere ser pionero en un proceso que no solo implica cambios estructurales en el modelo económico de los 27, sino también una transformación sustancial en el modo de vida de los europeos en los próximos años, en su política tributaria, en el transporte, el comercio e incluso en su política de cohesion.
Europa es la única que ha comenzado a hablar de una nueva revolución verde. También la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA, en sus siglas en inglés) asegura en un reciente informe que esta transición tendría un impacto muy positivo en lo que a la creación de empleo de refiere. Así, estima que se podrían crear hasta 42 millones de empleos en todo el mundo en los próximos 30 años, lo que se traduciría en un crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) mundial de 9.760 millones de euros.
El Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) para el período 2021-2030 prevé la instalación de un promedio de 3 GW de potencia fotovoltaica anual
El informe presentado por esta agencia demuestra además que la inversión en producción de energía de baja emisiones tiene un coste de amortización ocho veces menor que el convencional.
Los datos en España sobre producción energética sostenible, por su parte, son bastante positivos. Aunque aún queda mucho camino por recorrer, la producción nacional parece que va por el buen camino. De hecho, en el primer trimestre de este año, según datos de Red Eléctrica, la energía proveniente de renovables entre enero, febrero y marzo alcanzó más del 44% de la producción total, el tercer mejor registro desde que se tienen datos. Buenos datos de producción eólica, hidráulica, pero también de fotovoltaica, que registró un importante récord, con más del 4% del total. No en vano, el año pasado se instalaron en España más de 4GW de potencia, nuevos centros de producción que poco a poco empiezan a dar sus frutos.
El Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) para el período 2021-2030 prevé además la instalación de un promedio de 3 GW de nueva potencia fotovoltaica al año desde 2021, hasta alcanzar un total de 28.000 MW. Una apuesta que supondrá una inversión de 28.000 millones de euros.
A pesar de las evidentes ventajas de este tipo de producción, algunos sectores han comenzado a mostrar reticencias debido al importante efecto sobre el medioambiente que la instalación de grandes campos de paneles solares tiene sobre el paisaje rural. Entre los principales desafíos a los que se enfrenta el sector, el uso intensivo del territorio y el importante impacto paisajístico, que repercute de forma directa sobre la biodiversidad y la avifauna. Un problema al que ya se está intentando poner solución, creando lo que han venido a llamar “reservas integrales de la naturaleza” y que supondrá la instalación de nidos y hoteles de insectos o de un vallado que permita el pasto de animales, evitando así la fragmentación de los hábitats de las especies de la zona.