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Todo lo que hacemos en nuestro día a día, desde comprar comida hasta enviar un correo electrónico tiene su reflejo en lo que contaminamos
Un kilo de carne, una empresa, una bolsa de plástico o un correo electrónico. ¿Qué tienen en común estos cuatro elementos? Que todos generan, en mayor o menor medida, un impacto ambiental. Es la conocida como huella de carbono.
Y es que todos los procesos, personas y organizaciones generan emisiones de gases de efecto invernadero, lo que tiene un impacto directo en el medioambiente. Es por eso que es recomendable que cada uno de nosotros calculemos qué huella dejamos en cada proceso de nuestra vida, para intentar, en la medida de lo posible, reducirla.
¿Qué es la huella de carbono?
La huella de carbono es la cantidad de gases de efecto invernadero que se emiten a la atmósfera. En el día a día, cada vez que usamos un medio de transporte, hasta cuando encendemos una bombilla o compramos determinada comida en el supermercado, todo, absolutamente todo, tiene su reflejo en nuestra huella, en lo que contaminamos.
¿Cómo se calcula?
En el caso de las empresas, existen diversos protocolos que son los encargados de medir qué cantidad de gases contaminantes emiten a la atmósfera en función de su actividad.
Si hablamos de personas, existe otro método, ideado por un ingeniero francés llamado Jean-Marc Jancovici. Se trata de una fórmula en la que influyen diversas variables y que recoge datos cotidianos de cada usuario. Se divide en varias partes: alojamiento (analizando por ejemplo el tipo de calefacción de cada vivienda); consumo de dispositivos electrónicos y transporte (en el que se tiene en cuenta el tipo de transporte que se usa y las distancias recorridas).
A estos factores habría que sumar además el gasto en ropa, medicamentos, material de oficina, hoteles o restaurantes. Y, sobre todo, la alimentación. Y es que según avisan muchos expertos, los consumidores no tienen en cuenta normalmente que los alimentos que compran en los supermercados también contribuyen al calentamiento global. Tanto es así, que generan la cuarta parte de las emisiones de dióxido de carbono que se emiten a la atmósfera. No hay, de hecho, ningún alimento cuya producción no tenga asociada emisiones de CO2. Y si además ese producto está envasado, su huella es mucho mayor.
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La huella de carbono es fácil de calcular. Existen distintas páginas web en las que introduciendo una serie de datos se puede obtener una cifra bastante aproximada. Tan solo necesitamos saber qué gases produce cada actividad y cuál es la duración de cada acción para saberlo. Multiplicando la cantidad de gases de efecto invernadero emitidos en un rango de tiempo determinado por el tiempo de la actividad, podemos deducirla.
Un ejemplo: Un coche diésel produce de media 2,65 kg de CO2 por cada litro de combustible quemado. Si este vehículo, por ejemplo, realiza un trayecto de cien kilómetros y consume unos 7,5 litros, la cantidad de dióxido de carbono que emitiría a la atmósfera sería de 19,87 kg.
¿Cómo se puede reducir?
Reducir la huella de carbono depende de cada uno de nosotros y de cómo gestionemos nuestros hábitos de consumo en el día a día.
Una buena forma de luchar contra este impacto en el medioambiente es apostar por las energías renovables. Un modelo de generación energética limpia que reduce de forma considerable la contaminación. En el caso de la energía fotovoltaica, además, el proceso de fabricación de los paneles solares tiene un impacto pequeño, que además se compensa debido a la autogestión, ya que evita usar energía proveniente de otros métodos mucho más contaminantes.
Apostar por los alimentos no procesados o reducir el uso del transporte privado también ayudan a reducirlo de forma considerable. Reducir la huella de carbono está en nuestras manos.
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